Noelia Fernández | Nutricíon Para Mujeres

Hambre emocional y antojos

La relación emocional que establecemos con los alimentos desde los primeros años de vida influye en la manera de percibirlos y mostrarnos ante ellos en la edad adulta. Recuerda cuando te compraban un dulce por el buen comportamiento que habías tenido, o esa caja de bombones por tu cumpleaños. Realizamos asociaciones con ciertos alimentos que crean información de recuerdo en nuestra memoria. Hasta aquí se trata de conductas normalizadas que no tienen por qué preocuparnos.

El problema llega cuando necesitas canalizar tus emociones a través de la comida. Esto supone complicaciones a nivel físico y mental, ya que gestionar las emociones a través de la ingesta puede conllevar serios problemas para la salud. Se establece una relación con la comida de premio-castigo que condiciona totalmente la percepción sobre los alimentos, sobre todo los “prohibidos”.     

Desde TCA graves (trastornos de la conducta alimentaria) a atracones, ansiedad por la comida e ingesta sin hambre. Son solo algunas de las conducta patológicas que se pueden llegar a crear. Llega un punto en el que no se sabe diferenciar el hambre física del hambre emocional ni de los antojos.

Es importante saber que los antojos no tienen mayor importancia si se dan de forma puntual, comedida y no se siente culpabilidad posterior. Los cambios hormonales, déficit de algún mineral o niveles bajos de serotonina, suelen estar detrás de estos deseos a veces irrefrenables por comer un alimento en concreto. 

Pero cuando sucumbimos al hambre emocional con bastante frecuencia, se pierde totalmente la noción y relación saludable con los alimentos, y se utilizan para tapar parches emocionales más profundos de base.

Lo primero que debemos hacer es reconocer que estos comportamientos están afectando de forma negativa al bienestar general (físico, hormonal, bioquímico, mental).

 Después, es importante seguir unas pautas de forma gradual, consciente y consensuada:

Desde TCA graves (trastornos de la conducta alimentaria) a atracones, ansiedad por la comida e ingesta sin hambre. Son solo algunas de las conducta patológicas que se pueden llegar a crear. Llega un punto en el que no se sabe diferenciar el hambre física del hambre emocional ni de los antojos.

Es importante saber que los antojos no tienen mayor importancia si se dan de forma puntual, comedida y no se siente culpabilidad posterior. Los cambios hormonales, déficit de algún mineral o niveles bajos de serotonina, suelen estar detrás de estos deseos a veces irrefrenables por comer un alimento en concreto. 

Pero cuando sucumbimos al hambre emocional con bastante frecuencia, se pierde totalmente la noción y relación saludable con los alimentos, y se utilizan para tapar parches emocionales más profundos de base.

Lo primero que debemos hacer es reconocer que estos comportamientos están afectando de forma negativa al bienestar general (físico, hormonal, bioquímico, mental).

 Después, es importante seguir unas pautas de forma gradual, consciente y consensuada:

¡Nos vemos!

Noelia Fernández